Carta a Santiago
Algo más de trece horas de avión, que fueron sucediendo entre comidas, lecturas, y a trozos de sueño, me llevaron casi sin apenas darme cuenta a un amanecer entre los Andes. Me encontraba aterrizando en otro mundo, en la primavera de finales de noviembre. Y me sigue, incluso aquí, resultando extraño hablar de primavera en noviembre, de verano en enero. No muchas más cosas me resultan extrañas en esta tierra.
Ya sabía de La Alameda, del barrio de Bellavista, de La Moneda o de la Casa Colorada. Sabía de su historia, de sus gentes, su cultura y de los matices de su lengua. Había carreteado en Sevilla y tomado "piscos sawer" en Lisboa. Conocía del acento al pronunciar las erres o al omitir algunas consonantes, como cuando se mastica chicle, seguramente de Norteamérica. Es muy próximo al sur de España, a cualquier sur.
También supe de Neruda, de sus pasos, de sus poemas. Sólo me faltaba visitar su casa, sus casas, sus lugares, entrar en los rincones donde él estuvo y dio forma a sus versos y a sus cartas.
Aún por descubrir quedaba la luz de una inmensa ciudad; cálida, viva y llena de colores. En el amarillo intenso de sus autobuses, en el negro de sus taxis. Descubrí un sol que camina por el norte, que proporciona largos días y que se empeña en amanecer temprano. Sus avenidas son como un río lleno de vida, de personas que la pueblan y que acuden presurosas de un lugar a otro. También encontré su río, el Mapocho, al que estaban retocando para aprovecharlo como avenida. Ya ven, a mí que su avenida me sabe a río, mientras que su río será una futura avenida.
Esta ciudad está llena de olores. Huele a jardines, a iglesias, a gasolina casi sin quemar, a jabón y detergente de la ropa, a comida: a chancho, empanadillas, chirimoyas, pisco sawer y fruta, probablemente resultado de los hoteles de Providencia donde me encuentro.
Edificios que se asemejan a objetos de distinta índole: barcos, castillos, etc. Edificios de cristales, instalados por multinacionales que conviven con viviendas, mercados y viejas iglesias.
Una ciudad de olores, universitarios, montañas y poetas. Es cierto que sólo se ama lo que se conoce, y me parece que ya te conocía de antes, Santiago.
Ricardo Sotillo, en Santiago de Chile, 28 de noviembre de 2003.